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La magia de San Agus

Con tan sólo escribir el título de este artículo sentí escalofríos y un abrazo al corazón. San Agustinillo, Oaxaca, es uno de los lugares más hermosos que he visitado en mi vida; y que sin duda me recordó que *nunca* hay que subestimar las maravillas que México ofrece a quien se aventura a descubrirlas.



Sí, una aventura. Así describiría el corto tiempo que pasé en mi querido San Agus, que capturó mi corazón desde el primer momento en que puse pie en la arena y visualicé las abundantes olas, que sonaban tan bien como se veían. Durante poco más de una semana dormí en una cabañita que quedaba a aproximadamente 30 pasos del mar, en la que verdaderamente me sentía en medio de la naturaleza : el crujir de las olas, el sonido de los pájaros, el calor de la playa y la inmediata vista al mar me hacían sentir tan desconectada de mi realidad, que el tiempo se volvía relativo y mi única referencia para medirlo era la posición del Sol.




La oportunidad de conocer este mágico lugar fue, como a mí me gusta verlo, una combinación de suerte e intención. Yo soy de esas personas que cree que nada es coincidencia, y que todo lo que sucede tiene una razón específica de ser. Hace tres meses que empezó el año me propuse volverme una “yogui” oficial, para lo cual debía dedicarle más horas a mi práctica.. En una conversación casual, me enteré de un muy buen estudio que quedaba a menos de 10 minutos de mi casa, y en donde había clases todos los días. Sin dudar demasiado y guiándome por mi instinto, me puse en contacto con este lugar y en menos de 8 horas ya me encontraba haciendo yoga ahí ; y quién diría que un mes y medio después estaría haciendo yoga en lo alto de una playa oaxaqueña, con una vista impresionante y un grupo increíble ? Ni yo, en mis más locos sueños.



Describir absolutamente todo lo que viví en este retiro de yoga me llevaría una eternidad, por lo que me limitaré a decir que tuve una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida debido a dos factores esenciales : el lugar y la gente.


En cuanto a San Agus, como ya dije, es simplemente mágico : el mar, la arena, el pueblito con máximo 10 negocios locales, los heladitos artesanales de cada esquina, las estrellas más brillantes que he visto en mi vida, el shala en donde hacíamos yoga, el calorcito playero, los sonidos de la naturaleza, los coloridos atardeceres, los brincos de las ballenas, la ligereza de los pasos y de mi propia respiración…



Y en cuanto al grupo, ¿ qué puedo decir ? Fue la combinación más inesperada pero perfecta que pudo haberse formado (las coincidencias no existen, reitero). Además de la buena vibra que caracteriza a mis compañeros yoguis, sería *imperdonable* decir que no se saben divertir, y a veces hasta un poco más de lo que uno pensaría. Creo que ellos fueron la parte más bonita de mi experiencia, pues más allá de compartir varias clases de yoga, compartimos caminatas por la playa, conversaciones, comidas, risas, revolcones, empanizadas, aprendizajes, descubrimientos, momentos de reflexión y noches de diversión, entre muchas otras cosas más. Por más “cliché” que suene lo que voy a decir, “People make places”, y estoy segura de que San Agus no hubiera sido tan mágico como fue sino hubiera “coincidido” con un grupo tan increíble.



Yorumlar


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