No me cabe la menor duda de que ahora es cuando la mente más vuela a otros lugares : es cuando más anhelamos sentir la textura de la arena en nuestros pies y escuchar el crujido de las olas del mar, cuando más queremos oler el verde y sentir el frío de un enorme bosque, o ver "de cerca" los vibrantes colores de un atardecer reflejados en las ventanas de algún edificio caminando por la ciudad.
Últimamente he deseado estar en tantos lugares, conocidos y desconocidos, que una vez que me "despierto" de mi fantasía, me pega muchísimo más mi realidad. De repente me imagino que estoy aventándome de clavado a un lago muy frío, o que estoy volando en parapente sobre un lugar increíble, o simplemente me encuentro caminando con mi música por las calles de mi ciudad favorita. Pienso que esto, tal vez, sea un mecanismo de defensa bastante contraproducente, que hace que mi mente viva 15 veces más en las nubes de lo normal, añorando constantemente lugares y épocas de mi vida en donde la libertad y la "normalidad" estaban completamente subestimadas.
Hoy me sorprendí acordándome de un viaje que hice en 2014 por el mar de Cortés, uno de los lugares más bonitos que he visitado en toda mi vida. Tocamos varios puntos en el recorrido, pero sin duda mi favorito fue la Isla San Francisco, un lugar completamente deshabitado, y por consiguiente, lleno de vida y de naturaleza intacta. Aquí pasamos el día más pleno acompañados de las vistas más impresionantes que, si por alguna loca razón no me hubiera traído mi cámara, me hubiera acordado perfectamente de todos modos (de la imagen y del sentimiento).
Básicamente llegamos, hicimos un hike como de una hora y media hasta el punto más alto de la isla, luego bajamos al mar e hicimos paddle board, snorkel y kayak, y finalmente descansamos tirados en la arena justo a tiempo para ver el atardecer. En este punto, tuve uno de esos momentos reflexivos en el que pensé tal cual "qué bonito es México", y confieso que hasta me sentí culpable de no tener idea de la existencia de este lugar tan mágico en mi propio país.
Hay tanto que conocer, tanto que ver, tanto que vivir... que esta fuerte necesidad combinada con la situación actual, no hace más que aumentar mi deseo de viajar todavía más a cada islita y rincón del mundo. Mi único consuelo es saber que, aunque parezca literalmente que el mundo se va a acabar (eso que tanto decían en 2012), creo firmemente que habrán más oportunidades en el futuro (¿cercano?) de vivir experiencias tan "llenadoras" para el alma como aquel día de noviembre de 2014 en la Isla San Francisco.