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Una escapada mágica


Hace unos meses mis amigas y yo hicimos un viaje a San Miguel de Allende con el motivo de convivir más y pasarla bien. Al ser un grupo grande, a veces los planes son complicados de hacer y no siempre coincidimos todas. Sin embargo, éste fue uno que organizamos con mucho tiempo de anticipación para que todo saliera de maravilla.

Primero que nada decimos rentar una casa en las afueras del pueblo en un condominio pequeño, tranquilo y bonito. Cabe destacar que al ser 11 niñas tuvimos que dormir un poco apretadas, no obstante, la ayuda en la cocina y las buenas vibras nunca faltaron. Este primer día desempacamos, cenamos y subimos a la terraza a platicar de lo más a gusto hasta que el sueño nos venció y, poco a poco, nos fuimos retirando a dormir. Yo, extrañamente, fui la primera.

El siguiente día hicimos de todo. Yo y una amiga nos despertamos un poco antes y fuimos a correr por el condominio, actividad que disfruté como pocas veces: las calles eran amplias, la vista colorida y lo teníamos prácticamente para nosotras. Han sido de los kilómetros más ricos que he corrido en toda mi vida. Cuando regresamos, nuestras demás amigas ya estaban listas para desayunar e irnos a visitar San Miguel.

Al llegar, a pesar de no ser mi primer visita, estaba impresionada de la alegría y cultura que transmite este Pueblo Mágico. Había mucha gente, un clima espectacular, edificios históricos, flores, comida, música, galerías y tiendas artesanales en cada esquina. Hasta una novia entrando a la Parroquia nos tocó ver. Me sentía en una realidad alternativa, y más porque lo estaba viviendo con mis mejores amigas.

Este día visitamos las atracciones turísticas más importantes: la Parroquia de San Miguel de Arcángel, el Templo de San Francisco, de San Felipe Neri y del Oratorio; la Oficina de Correos, el Palacio Municipal, el Jardín Allende, el mirador, los mercados, las galerías y las diferentes tiendas artesanales, en las que me hubiera podido quedar horas admirando todo el arte mexicano. Regresamos un poco tarde y cansadas, pero listas para regresar en la noche, porque ¿de qué sirve saber cómo es un lugar durante el día y no conocer su vida nocturna? Así que después de descansar y arreglarnos, partimos nuevamente hacia el pueblo.

Esta noche resultó ser mejor de lo que esperaba, sin duda una de las más divertidas de mi vida. San Miguel de Allende, sin perder su esencia, se convierte en un pueblo en el que todo es posible. El ambiente es relajado pero alegre, las distancias cortas, las discotecas increíbles y la cultura se vive de una forma distinta: te encuentras a gente disfrazada en las calles contando mitos y leyendas locales.

Al día siguiente decidimos llevárnosla leve por aquello de la desvelada, pero esto no evitó que saliéramos a conocer un poco más. Como era día festivo, nos tocó ver un desfile muy alegre en el que participaron todo tipo de personajes: desde figuras históricas hasta cómicas. Después nos encaminamos hacia una hacienda muy bonita, un parque y unas cuantas galerías y tiendas artesanales más.

Regresamos a la casa a descansar un poco y nuevamente volvimos al pueblo con el motivo de despedir, con una deliciosa cena, un fin de semana inolvidable. Nos quedamos hasta tarde reviviendo, entre risas y carcajadas, los momentos más divertidos del viaje, prometiéndonos que lo repetiríamos el siguiente año, y así sucesivamente hasta que se volviera una tradición.

Hoy en día pienso que viajar con amigas es una de las mejores experiencias que se pueden tener, y más si el destino es el Pueblo Mágico de San Miguel de Allende, donde la cultura mexicana se encuentra en su máximo esplendor en todos los sentidos.

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